miércoles, 11 de agosto de 2010

La Asunción de la Virgen María al Cielo en cuerpo y alma



Esta entrada la escribo para preparar el Ágape de oración del próximo día de la Asunción. Escribir sobre esto cuesta mucho, porque hay una maravilla tan grande en la Asunción de la Virgen y todo lo que rodea esta doctrina, y un motivo tan enorme de alegría para todos los cristianos, que todo lo que podamos decir va a ser insuficiente. Es más, estoy convencido de que lo que conocemos sobre la Asunción de la Virgen es sólo la punta del iceberg.

 Mi mujer y yo estuvimos en Lourdes un 15 de Agosto, día de la Asunción, cuando fue allí a orar Juan Pablo II. Fue su último viaje fuera de Italia, meses antes de su muerte. El hecho de que fuera especialmente ese día me movió aún más a ir, porque hace años tengo la impresión de que lo que el Señor quiere decir a su Iglesia al darle a conocer este misterio de la vida de María, es mucho más de lo que ahora sabemos -al menos, yo-, a pesar de que el hecho de la Asunción en sí ya es muy importante. La salud de Juan Pablo II estaba ya muy deteriorada por la enfermedad de Parkinson. Apenas podía balbucear algunas palabras. Intentó decirnos algo sobre la Asunción de la Virgen, pero no pudo, a pesar de que hizo un gran esfuerzo. El Obispo de Lourdes, viendo que no podía, tomó la palabra y nos comunicó a todos que el Papa le había dicho que quería explicarnos muchas cosas, pero que por su enfermedad era incapaz de hacerlo... Tengo la impresión de que Juan Pablo II vislumbró entonces la grandiosidad del misterio de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo.

Empecemos por señalar que la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma al Cielo es un hecho que nos ha sido revelado por Dios. Así lo dijo Pío XII en su proclamación solemne del dogma, el 1 de Noviembre de 1950, en la Constitución Apostólica "Munificentissimus Deus" ("Dios misericordioso"):

"Por tanto, después de elevar a Dios muchas y reiteradas preces e invocar la luz del Espíritu de la Verdad, para gloria de Dios omnipotente, que otorgó a la Virgen María su peculiar benevolencia; para honor de su Hijo, Rey inmortal de los siglos y vencedor del pecado y de la muerte; para acrecentar la gloria de esta misma augusta Madre y para gozo y alegría de toda la Iglesia, por la autoridad de Nuestro Señor Jesucristo, de los bienaventurados apóstoles Pedro y Pablo y por la nuestra, pronunciamos, declaramos y definimos ser dogma de revelación divina que la Inmaculada Madre de Dios, siempre Virgen María, cumplido el curso de su vida terrena, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria celeste".

Hacia lo alto...


A continuación, mediante comentarios, podemos ir señalando aspectos importantes sobre la Asunción de la Virgen.

6 comentarios:

  1. La Escritura no nos cuenta cómo fue el final de la vida de la Virgen María aquí en la tierra. Pero la Iglesia sí ha comprendido en ella la íntima y especialísima unión entre María y Cristo, entre el "sí" de María y la obra redentora de su hijo, desde la Anunciación al Calvario: "y a ti, una espada te atravesará el alma" (Lc 2,35).

    Además, sabemos (Catecismo, pto. 82) que la Iglesia "no saca exclusivamente de la Escritura la certeza de todo lo revelado"; la fuente de la Revelación comprende también la Sagrada Tradición.

    La doctrina de la Asunción es un ejemplo perfecto del sentido sobrenatural de la fe, suscitado en el Pueblo de Dios por el Espíritu de la Verdad (cf. Lumen Gentium, 12). El Espíritu ha ido guiando al Pueblo de Dios para conocer este misterio de la Virgen.

    La liturgia dedica el 15 de Agosto a la Asunción de la Virgen ya desde el siglo VIII, pero el desarrollo de esta fiesta es incluso anterior. Desde el siglo V se celebraba en Palestina la "Dormición" de la Virgen, y se conservan algunas homilías de Padres de la Iglesia para la fiesta de la Asunción, que luego citaremos (p. ej., San Juan Damasceno, s. VIII). Esta Liturgia, ininterrumpida en la Iglesia desde entonces, es un testimonio de la Tradición Eclesial sobre la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo. No faltan en la Liturgia algunos pasajes de la Escrituras interpretados alegóricamente como profecía de la Asunción. Citaré dos de ellos, que me parecen hermosísimos:

    - "Levántate, Yavéh, y ven a tu morada, Tú y el Arca de tu majestad" (Salmo 131, 8; María es llamada "Arca de la Nueva Alianza", p. ej., en la letanías lauretanas).

    - "Quién es ésta que sube del desierto
    apoyada sobre su amado?" (Cantar de los Cantares 8, 5). Recordemos que María es "asumpta" al Cielo (Asunción) porque el Señor la hace ascender; sin embargo, Jesús "asciende" al Cielo por Sí mismo.

    Por otra parte, tenemos el testimonio de los Padres de la Iglesia. Ya en el siglo IV, San Epifanio de Salamina, dice, entre otras maravillas, de la Dormición-Asunción de la Virgen:

    "Y cuando Cristo, nuestro Dios, decidió y decretó, según el parecer coeterno con su Padre y con el Espíritu, asumir hasta donde Él, para glorificar con su propia gloria, a su santísima madre, la más digna de todos, alegres se dirigieron los ángeles y arcángeles, corriendo por los aires, bajando a este mundo, enviados desde los cielos para servirla en su dormición augustísima".

    Y también:

    "Ella llegó a ser la morada más digna que cualquier otra, de la Trinidad consubstancial, la única indestructible, sgún escuchó de parte del Arcángel Gabriel: "En Espíritu Santo vendrá sobre ti, y el poder del Altísimo te cunrirá con su sombra, por tanto, el que nacerá de ti será llamado Santo e Hijo de Dios" (Lc 1, 35), de modo que fue glorificada sobre todos los santos del cielo y de la tierra. Así pues, la zarza ardiente de la divinidad fue trasplantada a la tierra de los vivientes, en carne mortal, como de gloria a gloria; para brillar primero en la luz de la persona de Cristo Dios, al cual real y verdaderamente gestó en su seno, y Él la conservó incombustible, como la virgen madre bendita entre todas las mujeres..."

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  2. Ya en el siglo VI, San Gregorio de Tours nos hace un relato completo, algunas de cuyas palabras se han transcrito en la definición solemne del dogma:

    "Cuando la bienaventurada María, habiendo completado el curso de su existencia en la tierra, estaba a punto de ser llamada a salir de este mundo, todos los apóstoles, proviniendo de sus diversas regiones, se reunieron en la mansión de ella. He aquí que entonces el Señor Jesús vino con sus ángeles y, tomando su alma, la entregó al ángel Miguel y se retiró. Al amanecer, los apóstoles se llevaron en un féretro su cuerpo y lo depositaron en el sepulcro. Permanecieron allí, custodiándolo, en espera de la venida del Señor. He aquí que de nuevo se apareció el Señor y dispuso que el cuerpo fuese alzado y trasladado al paraíso sobre una nube. Allí, habiéndose unido de nuevo el alma, exulta ahora con los elegidos y goza de los bienes de la eternidad que nunca se acabarán". (Tratado "De la Gloria de los Mártires"; es importante recordar que en la piedad popular sobre la Asunción, María recibe honores de mártir; en los apócrifos medievales, se presenta un ángel para avisarla de su tránsito, y le deja una palma -la palma del martirio- para que los apóstoles la lleven precediendo a su féretro en el entierro).

    Timoteo de Jerusalem (s. VII) dice:

    "La Virgen permanece inmoratal gracias a Aquél que moró en ella, el cual, tomándola consigo, le llevó a las mansiones celestiales" (Homilía sobre Simeón).

    Y Teotecno de Livia, en el mismo siglo, añade:

    "Era conveniente que su cuerpo santísimo, que había llevado y contenido dentro de sí a Dios, cuerpo divinizado, incorruptible, iluminado por la luz divina y lleno de gloria, fuese transportado por los apóstoles en compañía de los ángeles, y puesto por poco tiempo en la tierra, fuese alzado gloriosamente al cielo, junto con su alma agradable a Dios".

    Por esa misma época, Modesto de Jerusalem, en su Sermón sobre la Dormición, proclama:

    "El tabernáculo espiritual que maravillosamente albergó a Dios, Señor de del cielo y de la tierra, cuando asumió nuestra carne, hoy es trasladado e instalado gloriosamente en una eterna incorruptibilidad y en estrecha unión con Cristo, siendo protección segura, salvación y defensa de todos nosotros, los cristianos".

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  3. Más tarde, San Juan Damasceno (+h. 749), dice:

    "¡Oh, cómo la fuente de la vida es conducida a la vida a través de la muerte [...] ¿Pero cómo llamaremos a este misterio respecto a ti? ¿muerte? ¡pero si naturalmente tu sacratísima y santísima alma se separa de tu cuerpo, y el cuerpo es colocado en una tumba normal; sin embargo, no persevera en la muerte, ni la corrupción lo consume... Por eso no llamaremos muerte a tu tránsito, sino dormición o emigración" (Homilía I sobre la Dormición de la Virgen).

    Se ve en este texto cómo, ya en la antigua celebración de la "Dormición", late ese conocimiento sobrenatural del Pueblo de Dios, que no llama muerte al tránsito de la Virgen, porque no concibe que su santísimo Cuerpo haya conocido la corrupción del sepulcro.

    San Andrés de Creta (+740) habla del sepulcro vacío de la Virgen, que entonces debía ser conocido. Además, dice:

    "Ella, siendo Virgen, con el milagro de su divina maternidad había superado la naturaleza de los serafines y había entrado en la intimidad de Dios, Creador de todas las cosas, y, siendo madre del que es la vida, le correspondió un tránsito en consonancia con dicha maternidad y que es una maravilla de la fe. Así como al dar a luz su seno no perdió la integridad, así también, al morir, no pereció su carne. ¡Oh, qué gran maravilla! No aparece la corrupción en su parto, ni tampoco en su sepultura" (Sermón II sobre la Dormición).

    San Germán de Constantinopla (+733) en una de sus homilías sobre la Dormición, pone en boca de Jesús estas palabras:

    "Ven de buen grado hacia el que ha nacido de ti. Como corresponde a un hijo, yo quiero regocijarte; quieron recompensarte por haberme albergado en tu seno, retribuirte por haberme amamantado, remunerarte por haberme cuidado; quiero llenar tu corazón de seguridad y confianza. [...] Yo haré que todo el mundo tenga que estarte agradecido y acrecentaré tu fama en el tiempo de tu glorioso tránsito. Yo te estableceré como plaza fuerte en medio del mundo, como puente donde se amparan los que son arrastrados por la corriente, como arca de salvación, como báculo para los caminantes, como abogada de los pecadores y como escalera que puede hacer subir los hombres al Cielo".

    En fin, con estos testimonios parece suficiente para ver que ésta es una creencia que tiene base también en los Padres de la Iglesia.

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  4. En cuanto a la fe del Pueblo de Dios, popularmente, al menos desde el siglo IX, circulan varios textos apócrifos sobre la Asunción que son muy utilizados: uno, atribuido (erradamente, claro) a San Juan, otro a un San Germán discípulo de los Apóstoles, otro a Dionisio discípulo de Pablo, otro a San Agustín, otro a San Jerónimo. El obispo de Génova, Santiago de la Vorágine, en su "Leyenda Áurea" cita estos apócrifos, concediendo autenticidad a los de San Jerónimo y San Agustín. Estos textos están totalmente en consonancia con la doctrina de los Santos Padres. Merece la pena citar al menos algún fragmento:

    Del apócrifo atribuido a San Agustín, donde se citan tres razones para la Asunción, en la segunda, que es la dignidad de la naturaleza corporal de la Virgen, se dice:

    "Por ser, oh Señora, trono de Dios, tálamo del Señor y tabernáculo de Cristo, te corresponde con toda justicia estar donde Cristo, Señor y Dios, esté. Y el lugar apropiado para conservar tal tesoro no es la tierra, sino el cielo".

    Las otras dos razones que aduce son la correlación existente entre el Cuerpo de Cristo y el de su Madre, y la perfecta integridad de la carne virginal de María.

    A San Jerónimo, -citando una carta a las santas Paula y Eustoquio- atribuye Santiago de la Vorágine el decir que no es auténtico el relato de atribuido a San Dionisio, pero con aclaraciones importantes:

    "El opúsculo en cuestión, sin género de duda alguna, debe ser tenido por apócrifo. De las muchas cosas que en él se refierer, sólo nueve parece que cuenten con la aprobación de los santos, y merecen por tanto que las aceptemos como verdaderas, y son las siguientes:

    1. Que la Virgen, en el momento de su tránsito, contó, como se le había prometido anteriormente, con una asistencia espiritual absolutamente consoladora;

    2. Que cuando murió estaban a su lado los Apóstoles.

    3. Que murió sin dolor alguno.

    4. Que su sepultura había sido preparada en el valle de Josafat.

    5. Que en el instante supremo de su salida de este mundo, se sintió confortada por la presencia amorosa de Cristo y de toda la corte celestial".

    6. Que los judíos trataron de poner obstáculos a su entierro.

    7. Que con ocasión de su fallecimiento se produjeron numerosos milagros.

    8. Que estos prodigios fueron muy importantes.

    9. Que fue llevada al Cielo en cuerpo y alma".

    Convendría comprobar la autenticidad de esta carta, porque mucho sospecho que, a su vez, sea apócrifa.

    El caso es que el Pueblo de Dios ha ido creciendo progresivamente en la creencia de este misterio de la Asunción. Prueba de ello son los numerosos cuadros dedicados a la Asunción de la Virgen, las numerosas advocaciones de la Virgen que se celebran el 15 de Agosto, el propio nombre de Asunción o Asumpta, utilizado por los padres cristianos para bautizar a sus hijas, el nombre de Asunción dado a poblaciones como la capital del Paraguay, el misterio de la Asunción rezado en el Rosario, etc.

    Tanto es así que, entre mediados deol siglo XIX y mediados del XX, antes de la proclamación del dogma, los sucesivos Papas recibieron ocho millones de mensajes de fieles que solicitaban la proclamación del dogma de la Asunción de la Virgen en cuerpo y alma.

    "

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  5. Ya en la Edad Media, un primer documento del Magisterio proclamaba la Asunción de la Virgen. Se trata de una carta dirigida por el Papa Alejandro III en 1169, al príncipe de los selyúcidas, el sultán residente en Iconio, que quería abrazar el cristianismo. Dice esta carta, hablando de la Virgen María:

    "Concibió ciertamente sin deshonor, dio a luz sin dolor, emigró de aquí sin corrupción, en conformidad con la palabra del ángel, o mejor, de Dios por medio del ángel, a fin de que fuera probado que está llena, y no a medias, de gracia, y a fin de que Dios su Hijo cumpliera fielmente el antiguo mandamiento queen otro tiempo enseñó, a saber, honrar al padre y a la madre, y para que la carne virginal de Cristo que fue asumida de la carne de la virgen madre, no diferiera totalmente de la suya". (Denzinger, 748).

    Se trata de una forma de Magisterio ordinario, no definitivo, que no requiere de los fieles una aprobación de fe, aunque sí nos llama a un asentimiento religioso. Por otra parte, se trata de una carta privada, no difundida públicamente.

    Otro testimonio de la Tradición, citado en la Constitución "Munificentissimus Deus", es la doctrina de numerosos teólogos acreditados, como muchos escolásticos y Doctores de la Iglesia (San Bernardo, San Antonio de Padua, San Alberto Magno, Santo Tomás de Aquino -"doctor angélico"-, San Buenaventura -"doctor seráfico"-, el jesuita P. Suárez -"doctor eximio"-, San Roberto Belarmino, San Francisco de Sales, San Alfonso María de Ligorio, etc.).

    Finalmente, el Papa Pío XII, ante los miles de peticiones de obispos, sacerdotes, religiosos y religiosas y ocho millones de peticiones de fieles solicitando la proclamación del dogma de la Asunción, quiso recurrir al último y más definitivo testimonio de la Sagrada Tradición, viva en la Iglesia: comprobar la unanimidad del Pueblo de Dios, que no puede engañarse gracias a la asistencia del Espíritu Santo. Y pidió en una carta a todos los obispos del mundo que respondieran si ellos mismos crían y si en sus diócesis se creía en la Asunción de María en cuerpo y alma al Cielo como doctrina revelada por Dios. Así, en 1946, les pregunta:

    "Deseamos saber si ustedes, Venerables Hermanos, con vuestra erudición y prudencia consideráis que la Asunción corporal de la Bendita Virgen puede proponerse y definirse como dogma de fe, y si en adición a vuestros deseos, éste es también el deseo de vuestros clérigos y el pueblo" (Deiparae Virginis Mariae, N°4).

    Cuatro años después, a fecha de 15 de Agosto de 1950, habían respondido 1.181, con sólo 22 respuestas negativas: seis por dudar de si esta doctrina estaba contenida en la Revelación, y el resto hasta 22 por no considerar oportuna la proclamación del dogma. Por tanto, no hubo ninguna respuesta que negara claramente la realidad de la Asunción, y el 98% de las respuestas fueron abiertamente favorables.

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  6. En consecuencia, el 1 de Noviembre de 1950, con el colegio cardenalicio, 700 obispos y una gran muchedumbre, Pío XII proclama el dogma de la Asunción que al principio transcribimos, y que a su vez la Constitución Dogmática "Lumen Gentium" del Concilio Vaticano II proclama así, añadiendo la Coronación de la Virgen:

    «Finalmente, la Virgen Inmaculada, preservada inmune de toda mancha de pecado original, terminado el curso de su vida en la tierra, fue asunta en cuerpo y alma a la gloria del cielo y enaltecida por Dios como Reina del universo, para ser conformada más plenamente a su Hijo, Señor de los Señores y vencedor del pecado y de la muerte» (Lumen Gentium 59, citada en el Catecismo, nº 966).

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